En Chan-Chan estuvo el cronista Pedro Cieza de León en el año 1548 y, de manera muy sobria, anotó que los edificios de la ciudad denotaban "claramente haber sido gran cosa". Se quedó corto. Hablar de Chan-Chan (a unos 5 kilómetros al oeste de Trujillo y 570 kilómetros de Lima), la capital del influyente reino Chimú, es hablar de grandeza, de urbanismo y hasta de sacrificios humanos. Las edificaciones de barro de la que llamaban "La ciudad de la Luna" (ya veremos por qué) son sencillamente fabulosas.
Ubicada frente al mar, en la costa norte peruana, Chan Chan se extiende en un área aproximada de 20 kilómetros cuadrados (y aún faltan partes por excavar). Se piensa que llegó a albergar a una población de 100.000 personas aproximadamente, lo que la convierte en la mayor ciudad precolombina de adobe de toda América, material endeble de construcción que ha impedido que toda la grandeza que atesoró este imperio haya llegado a nuestros días con el esplendor que tuvo en su época. De ella partían todos los caminos desde Tumbes hasta Lima. Es Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO desde 1986 e incluida en la Lista de Patrimonio de la Humanidad en peligro. Y también ostenta el récord de ser la segunda ciudad de adobe más grande del mundo (la primera sería el complejo arqueológico de Cahuachi, ubicado a pocos kilómetros de Nazca, con 24 kilómetros cuadrados). Hasta hace unos años, la ciudad iraní de Bam gozaba de ese privilegio y además era 1500 años más antigua que Chan Chan y estaba mucho mejor conservada, pero lamentablemente no soportó la sacudida de un terremoto en diciembre del 2003.
El nombre Chimú, que dio nombre a todo su imperio, significa "Dominador" o "Señor". En Chan-Chan se han descubierto adelantos técnicos prodigiosos como cañerías para el agua caliente y fría en baños decorados con azulejos. Cada ciudadela tenía su propia fuente de agua y ésta era repartida a domicilio, como lo comprobó el arqueólogo Wiener en 1880 al examinar su red de canales. El abastecimiento de agua en Chan Chan se realizaba a través de más de 140 pozos, donde el 60% estuvo en la zona monumental (ciudadelas).
En su recinto, que aún se sigue excavando, se encuentran pirámides, estanques, cisternas, montículos artificiales y palacios enigmáticos circundados por uno, dos o tres muros defensivos. Y siempre con una decoración muy similar con motivos zoomorfos marinos.
El significado toponímico de Chan-Chan no resulta muy claro, más bien confuso. Es comúnmente aceptado que proviene de la expresión Xllang-Xllang (también transcrita como jang-jang) que, en lengua mochica, el ancestral idioma del valle de Moche, quiere decir Sol-Sol, lo cual no dejar de ser un hecho curioso, puesto que los chimúes adoraban a Shinan, la Luna.
Prodigio arquitectónico
Una leyenda local nos asegura que Chan-Chan fue construida en tres días por un ejército de cien mil gigantes. A la vista del tamaño de la ciudad, lo que si queda constancia es del elevado nivel de organización social y política que debió alcanzar su imperio. Nos sorprenden las cifras de población que llegó a tener: Chan-Chan albergó entre 50.000 y 150.000 habitantes en su época de mayor apogeo, que fue a principios del siglo XV. Muy pocas ciudades europeas de aquella época, que estaban saliendo de la "oscura" Edad Media, hubieran podido rivalizar con la magnificencia de la capital Chimú y menos en el complejo sistema organizativo e hidráulico que poseían.
Según Marcel F. Homet, autor de Chan-Chan la misteriosa (1977), posee una estructura arquitectónica basada en el número 3, puesto que estuvo distribuida en tres niveles. El más alto se encuentra a unos veinte metros sobre el nivel del mar y se reservaba a los palacios, panteón y al palacio imperial del Gran Chimú, un edificio con 210 metros cuadrados de superficie, rodeado de nueve galerías en las que había 45 habitaciones destinadas a las concubinas. Aunque hoy nos parezca mentira, alrededor de sus palacios se extendían amplios jardines poblados de árboles, si hemos de creer a los cronistas españoles.
En la segunda terraza o nivel se encontraban las viviendas de los altos funcionarios, comerciantes, arquitectos y armadores de navíos. Por último, en la más baja de las terrazas y más extensa, estaban todos los demás: desde los pequeños comerciantes hasta los pescadores (25.000 viviendas se llegaron a excavar).
Ciudad de ciudadelas
El núcleo urbano de Chan Chan consta de diez ciudadelas amuralladas (una por cada soberano que la gobernó con su correspondiente palacio) y, a su alrededor, las ruinas de lo que una vez fue el barrio de las clases más bajas. El carácter de estas ciudadelas responde a una tradición Chimú cimentada en las sucesivas dinastías de gobernantes. Según las investigaciones llevadas a cabo por Moseley, entre 1967 y 1969, cada Chimú Capac o "curaca" (Señor del reino de Chan-Chan, llamados así por la civilización inca que les invadió) erigía un palacio propio en el que establecía su residencia. Este lugar se convertía automáticamente en centro político y religioso de la ciudad mientras su gobernante viviera. Pero a su muerte, el palacio era abandonado por todos sus ocupantes. Sus accesos quedaban sellados y sólo permanecían en su interior un grupo de servidores, muy probablemente sacerdotes, que se encargaban de perpetuar la memoria y el culto al alto dignatario chimú muerto.
De este modo, el recinto se convertía en un catafalco, en un lugar sagrado, donde el Chimú Capac fallecido reposaba junto a las decenas de cortesanos, concubinas y sirvientes sacrificados, que se enterraban a su alrededor para acompañarle en su viaje hacia el otro mundo. En los sepulcros se han hallado muestras de cerámica, restos humanos y despojos de llamas, animales que se ofrendaban ritualmente en honor del monarca. El siguiente Chimu Capac que le sucedía en el trono volvía a repetir la misma secuencia, estableciéndose en una nueva ciudadela recientemente construida, en una especie de eternos ciclos ancestrales.
Relieves con moldes
Los nombres que reciben hoy en día las ciudadelas corresponden a los arqueólogos que las han estudiado (Rivero, Tschudi, Bandelier, Uhle, Tello). Por ejemplo, la ciudadela "Rivero", corresponde a la sede de Minchancamán, último gobernante Chimú, capturado y llevado a Cuzco por los incas según las crónicas. Esta ciudad de ciudadelas o urbe de ciudades estaba circundada por altas murallas, unidas entre sí por túneles subterráneos. En la ciudadela de Tschudi -la que está en mejores condiciones de ser visitada-, se encuentra el palacio del mismo nombre que posee una única entrada orientada al norte, por la que se accede al recinto. La visita a Tschudi se inicia por su gigantesca Plaza Ceremonial, un enorme recinto cuadrangular destinado a los oficios religiosos y, como no, a los acontecimientos políticos y militares que agrupaban a miles de personas.
Sus paredes, que originalmente tuvieron unos diez metros de altura, muestran un friso en toda su longitud en el que están representadas escenas de nutrias marinas. El mar para ellos era un elemento vital y clave que queda reflejado en sus muros en los que se ven cenefas con altorrelieves de olas, peces y pelícanos, así como sus famosos adornos romboidales, distribuidos en hileras, que simbolizan redes de pesca. Todos iguales, lo que demuestran que fueron hechos con molde.
Una acústica perfecta
Las dimensiones y proporciones de la Plaza Ceremonial estaban tan calculadas que la acústica del patio es perfecta, de modo que puede escucharse a un orador desde cualquier lugar de la edificación o el sonido de un instrumento musical. La Sala de Asambleas era una habitación rectangular con 24 nichos u hornacinas en sus muros, en los que probablemente se sentaban los oradores durante sus debates o para exhibir imágenes votivas, la cual posee una asombrosa acústica que permite escuchar claramente y con nitidez cualquier comentario que se diga en el interior del recinto. Junto a la puerta de entrada del mismo se levanta un pequeño altar que tiene la virtud de amplificar la voz si se habla de cara a la pared. Esta extraordinaria sonoridad de la sala permitía que durante las reuniones de los gobernantes todo el mundo escuchase al contertulio u oficiante de turno. Vamos, que sabiendo esta cualidad, en lugar de llamarse Chan Chan se debería haber llamado ¡Ta Chán!
La pena es que con el paso del tiempo, la depredación producida por los huáqueros y la brutal erosión originada por las lluvias y las inundaciones, provocadas, sobre todo, por el fenómeno de El Niño (una corriente cálida oceánica que provoca en la costa devastadoras tormentas) han convertido a las construcciones de adobe de Chan-Chan en una planicie repleta de estructuras ruinosas de barro, una caricatura de lo que fue. Por ejemplo, en 1983 como consecuencia de la aparición de esta corriente de El Niño, que anegó la costa trujillana, la Huaca Arco Iris (también llamada Huaca del Dragón) sufrió un terrible deterioro que en la actualidad está siendo objeto de restauración.
Adoradores de la Luna
Los mitos de los chimú están muy vinculados al espacio y a la naturaleza. Atribuían la creación del hombre a cuatro estrellas con tendencias elitistas: las dos primeras crearon a los caciques y nobles y las dos restantes (llamadas Pata) al pueblo sin derechos políticos. La divinidad principal, que carecía de una representación específica, no era el Sol como en otras culturas andinas sino la Luna (Shinan). Por eso a la ciudadela la llamaban la “ciudad de la Luna”. Dado que podía verse tanto de día como de noche, se la consideraba más poderosa que el Sol. A esta divinidad le sacrificaban niños de cinco años y, a falta de criaturas, frutas y chicha.
Por otra parte, los chimú adoraban diversas piedras que consideraban sagradas y que ellos denominaban Alec Pong, a las que tenían por sus antepasados convertidos de esta guisa pétrea por el Sol en una venganza que relatan sus leyendas. El agua es una de sus divinidades más importantes, pues este precioso líquido era para los chimú su fuente de vida y de desarrollo, a la que debían venerar.
Se sabe que esta cultura preinca tenía un claro concepto de la vida más allá de la muerte. Dominaban el arte de embalsamar a sus muertos. La técnica empleada era muy sui géneris. En una sala destinada a tal fin (en ocasiones especiales se realizaba al aire libre) los sacerdotes extraían las entrañas y lavaban todos los huecos del cuerpo con un conservante. A continuación, se dejaba secar el cadáver al sol y luego se envolvía el cuerpo en paños y vestidos. Seguidamente, se ataba al muerto colocándole la cabeza entre las rodillas y rodeándole las piernas con los brazos. El cadáver adoptaba una postura cónica, siendo enterrado en medio de festejos.
Sibaritismo chimu
Era una sociedad muy jerarquizada. El imperio estaba regido por el Chimú Capac, quien gobernaba a través de una red de nobles locales con títulos hereditarios. El Gran Chimú, que se atribuyó un origen divino (como lo haría más tarde el Inca) ejercía un poder absoluto sobre sus súbditos, carentes de todo derecho político, aunque no de otra clase. A los únicos que pedía consejo, según las cuestiones, era a los sacerdotes, a los dirigentes militares y a los comerciantes más importantes.
Los miembros de la corte del Gran Chimú tenían oficios muy específicos y originales: "trompetero o tañedor de caracoles", "preparador del baño", "maestro de literas y trono" y hasta un oficial encargado de "derramar polvo de conchas marinas en la tierra que había de pisar". De hecho, durante los trabajos arqueológicos en Chan-Chan, se encontró un taller con esta clase de desechos de concha.
Los súbditos chimú tenían grandes privilegios (los derechos de las mujeres eran iguales a los de los hombres) pero igualmente estaban sometidos a duras leyes, cumplidas inexorablemente por los magistrados del Gran Chimú. Todas las entradas de las casas permanecían abiertas, debido al caluroso clima de la zona y raramente se producían robos, pero si alguien osaba transgredir las leyes, se castigaba severamente al ladrón. Era ajusticiado públicamente. Si no se le podía descubrir se utiliza un sistema de "justicia divina" cual era colgar espigas de maíz de un palo. Esta acción se consideraba una ofrenda a la Luna y a las dos estrellas, llamadas Pata, a las que se rogaba que ejecutaran la sentencia.
El adulterio y cohabitar con vírgenes se castigaba con la pena capital. Las vírgenes "impuras" eran arrojadas a un barranco con la colaboración del resto del pueblo. Los cuerpos de los ejecutados eran ofrecidos a las aves de rapiña como alimento en la creencia de que tales aves les conducirían al reino de los demonios. Las pinturas de vasijas de cerámica chimú muestran gráficamente estas escenas y nos ponen sobre la pista de un glorioso imperio que hoy tan solo es un débil recuerdo.
El fin de una civilización
La civilización chimú reemplazó a la de los mochicas alrededor del año 1000 y fue destruida violentamente por los incas. En el año 1470 el inca Túpac, hijo del poderoso Pachacútec Inca Yupanqui, con un gran despliegue de fuerzas, se propuso conquistar este reino. Descendió desde el altiplano a la costa, estranguló las conducciones de agua procedentes de las fuentes de agua del altiplano, e invadió el ya decadente imperio chimú y su capital Chan-Chan, para anexionarla al Tahuatinsuyo.
No se ha podido comprobar si el último Gran Chimú, Michancamán, opuso resistencia a las exigencias de vasallaje de las tropas incas. Lo que si se sabe es que el último Chimú Capac fue conducido a Cuzco acompañado por un gran séquito, entre los que se encontraban técnicos en fortalezas, metalúrgicos y especialistas en irrigación. Los indicios demuestran que los incas fueron herederos de gran parte de los conocimientos que poseía este pueblo. Por ejemplo, adoptaron de los chimús técnicas de riego y de fortificación que desconocían.
En los últimos años del antiguo imperio Chimú, Chan-Chan fue gobernada primero por un príncipe chimú leal al Inca (llamado Ancocoyuch) que tomó por esposa a una princesa inca, manteniéndose la veneración por sus dioses nativos. Le siguió Caja Zimzim, dirigente de este pueblo a la llegada de los españoles, trasladando la mayoría del tesoro chimú a Cajamarca. El último Chimú Capac fue Antonio Cahyguar quien falleció en 1610 convertido al cristianismo.
El increíble tesoro de Cajamarca pasó a los conquistadores españoles cuando Francisco Pizarro derrotó e hizo prisionero a Atahualpa en 1532, quien a cambio de su liberación le entregó este fabuloso tesoro, pese a lo cual fue ejecutado. Lo curioso es que Pizarro utilizó contra los incas una táctica parecida a la empleada por éstos para destruir el imperio Chimú. Ya nos lo dice el refranero: "Quien a hierro mata a hierro muere".
Sus fabulosos tesoros
A los investigadores que han excavado en el recinto, como Alexander von Humboldt, siempre les extrañó que hubiera tanto oro en las tumbas chimú.
En 1620, el franciscano Antonio Vázquez de Espinosa informó que:
"La Huaca del Sol era en tiempo de la gentilidad de los indios uno de los mayores santuarios que había en aquel reino, adonde de muchas partes de él venían los indios en romería a cumplir sus votos y promesas y a no mochar y ofrecer sus dones y así... en la población de Chimocápac, donde hay suntuosas huacas, se han hallado grandes tesoros, y los hay al presente por descubrir y... ha habido huaca de donde se ha sacado tanto tesoro, que solo de los quintos dél han pertenecido más de 80.000 pesos a Su Majestad".
Según nos cuenta el escritor Fernan Salentiny, aún quedarían riquezas por desenterrar, puesto que el objeto más importante hallado en la huaca de Toledo es un pez de oro macizo, afirmando los nativos que "hay enterrado un segundo pez bajo alguna de las huacas, pero hasta ahora no ha sido hallado..."
Entre las diversas obras de arte de los Chimú están las máscaras, los antebrazos, los collares, los aretes e los incluso vestidos con incrustaciones de oro. Se han encontrado objetos de cobre chapados con oro. Otros ornamentos están chapados con plata y cierto número de objetos de plata están chapados con oro. El arqueólogo americano Verrill, dice algo revelador sobre la técnica utilizada en esa orfebrería: “El chapado es tan perfecto y unido que, si no conociera su origen, se le podría tomar por un recubrimiento electrolítico”.
Aún quedan muchos tesoros por descubrir y mucha rapiña por controlar.
Esculturas de bienvenida
En octubre de 2009 se dio a conocer la noticia del hallazgo de una colección de estatuas preincas en la ciudadela de Chan Chan. El descubrimiento ocurrió en uno de sus templos con 17 esculturas de madera que representan a hombres y mujeres con la función de “dar la bienvenida a la otra vida”.
A nivel cronológico, pertenecen a la penúltima etapa de la cultura Chimú (1100–1500), cuyos territorios fueron conquistados por los incas. Los arqueólogos consideran que estas esculturas son el descubrimiento más importante que se ha hecho en Chan Chan en estos últimos años, ya que no representan ni a guerreros ni a ídolos. Las efigies, descubiertas en la entrada del palacio Ñain An, eran las encargadas de darle la bienvenida a todos aquellos gobernantes que pasaban a la otra vida. Representan el paso entre lo profano y lo sagrado. Este nuevo hallazgo adquiere vital importancia, pues con él cambia el rumbo de muchos de los estudios que se hacen sobre la ciudadela chimú.
Las esculturas se habrían elaborado entre los años 1450 y 1472, última fase de la cultura Chimú. El palacio Ñain An es la construcción más moderna que realizaron sus habitantes, tanto que no les dio tiempo a terminarla. La investigación revela que la madera que se utilizó para construir las esculturas fue palto nativo. A diferencia de las figuras halladas en 1997 y 2006, estas piezas de madera muestran gestos humanos. En ellas se distinguen dos tipos de personajes, hombres y mujeres, con distintas peculiaridades. Los seres masculinos tienen la cara pintada de blanco, una gorra alta y portan en sus manos caracoles. Los seres femeninos llevan conchas spondylus (un tipo de concha marina), una gorra baja y pintura color crema en el rostro. Todas ellas estarían “dando la bienvenida a la vida”, a diferencia de las encontradas anteriormente que tenían una lanza en la mano, lo que para los estudiosos significaba que estaban resguardando ambas entradas, es decir, que cumplían la función simbólica de vigilancia.
Una teoría descabellada
Un húngaro nacionalizado argentino, Juan Moricz, publicó un escrito de tan solo 14 páginas, bautizado como El origen americano de pueblos europeos (1968). Moricz fue el descubridor de los secretos de la Cueva de los Tayos. En esa obra dice que las culturas asentadas en Europa y el Oriente Medio, aparecieron ya desarrolladas porque fueron transportadas de las Américas, donde se identifican sus antecedentes evolutivos, especialmente la de los Sumeros. Basaba sus teorías en el análisis comparativo de antiguas lenguas como el vasco y el húngaro, cuyas raíces más profundas podrían ser sudamericanas. Dijo que entre 8000 y 7000 mil años antes de Cristo, llegaron en Mesopotamia Baja en barcos hechos de madera de balsa, que es encontrada solamente en América del Sur. Escribe:
“El pueblo Sumer tuvo su origen en América y desde este continente llegó navegando a la Baja Mesopotamia. En las provincias de Azuay, Cañar y Laja en el Ecuador, subsisten aún los toponimios y patronimios Sumer, Zumer, Snumir, Sumir, y Zhumir. En el norte del Perú, en el Departamento de la Libertad existe una ciudad en ruinas y cubierta por la arena del desierto; es Chan Chan. Cubre un área aproximada de 20 kilómetros cuadrados. A pesar del tiempo transcurrido y los estragos del tiempo, así como los causados por el hombre, la antigua ciudad con sus canales de riego y los decorados muros de la ciudad, que aún se mantienen, nos dan un ejemplo de urbanismo, que muchas veces no encontramos en nuestras modernas ciudades. Chan Chan y la cultura que prevaleció en ella, son sumeros. Su extraordinaria riqueza ornamental, la cerámica, el repujado en oro de las alhajas, el entierro, los sellos y pintaderas, la concepción urbanística de la ciudad y su concepto de la vida, están fielmente reflejados en la Baja Mesopotamia”.