Si hubiera ciudades femeninas y masculinas, Éfeso sería de las primeras. Y no hace falta ser un lince para darse cuenta. En primer lugar, se dice que su fundación se debe a un grupo de amazonas lideradas por la reina Apasa, que significa abeja, y el nombre de la ciudad se derivaría precisamente de ella, construida a orillas del mar Egeo y mencionada por los hititas como la capital del reino de Arzawa.
En el segundo milenio antes de Cristo se menciona a Éfeso por la existencia de un templo dedicado a Cibeles. Fue en el año 560 a. C. cuando llega a la ciudad un hombre muy rico y poderoso, Creso, rey de Libia. En uno de tantos actos generosos, regaló a los efesios cuatro gigantescas columnas que quitaban el aliento al más templado para que construyeran un nuevo templo a la diosa Artemisa, ya que el anterior había sido destruido por los sumerios. Y ahora esta obra de arte se convierte en una de las siete maravillas del mundo. Artemisa era equivalente a la Cibeles de los frigios y a la Diana de los romanos, todas ellas representaciones de la Diosa Madre.
Apasa, Cibeles, Artemisa… Y por si todo esto fuera poco, la Virgen María elige esta localidad para instalar su última morada acompañada de San Juan que ya había escrito el Apocalipsis en la isla griega de Patmos y ahora le tocaba escribir su evangelio, algo que pudo hacer sin problemas gracias a que se salvó del martirio que le había preparado el emperador Domiciano y a la longevidad de la que disfrutó, nada más -y nada menos- que 94 años (según san Epifanio).
Pablo de Tarso estuvo durante dos años en esta ciudad predicando la nueva religión y las pasó canutas en su Gran Teatro (con capacidad para 25.000 personas) por empeñarse en decir que los ídolos hechos por el hombre no podían ser adorados en una ciudad pagana donde Artemisa era la gran diosa, señora y reina del cotarro. El orfebre Demetrio y otros fabricantes de exvotos para el templo se encargaron de propagar el bulo que ese tal Pablo venía a destruir su negocio, como así era, y el de Tarso tuvo que poner los pies en polvorosa.
Los tres templos de Artemisa
Hoy queda una sola columna de las 127 que llegó a tener en su época como triste testimonio de lo que fue. Y para colmo, está sin el capitel corintio que adornaba a todas ellas y que ahora sirve de apoyo para alguna que otra gaviota. Hoy solo queda imaginar sus cultos, sus ofrendas, sus ritos y cómo cada año, en el mes de abril, se celebraban espectáculos en honor de Artemisa y la ciudad llegaba a albergar a un millón de habitantes que venían incluso de Jerusalén y Atenas.
De forma rectangular fue construido todo de mármol y constaba de 127 impresionantes columnas, algunas de ellas talladas y de colores, con un techo de 20 metros de altura que lo convertían en el templo más grande de la era helénica. En su interior se reunieron grandes obras de arte, incluyendo cuatro estatuas de bronce hechas por los mejores escultores de la época, entre ellos el genial Escopas. Uno de los objetos más valiosos, y que aún se conserva en el Museo de Éfeso, es la escultura de mármol de la diosa, de tres metros de altura, una deidad de la caza que siempre aparece con arco y acompañada de una cierva. Luego sería rebautizada por los romanos como Diana.
Creso no sólo era asquerosamente rico sino que también fue protector de sabios y artistas (el fabulista Esopo pasó por su corte). En lugar de pagar él solito todos los gastos del nuevo templo, promovió una suscripción pública en la que los ciudadanos donaron algo de su dinerillo para que lo sintieran más suyo. Finalmente el templo se levanta majestuoso e ilumina la ciudad de Éfeso durante dos siglos. Sin embargo, llega la tragedia: en el año 356 a. C. el pastor Eróstrato, con muchas menos luces que el templo, lo destruye provocando un incendio por puro afán de protagonismo. Sin duda consiguió lo que buscaba, como lo prueba que hoy recordemos su nombre. Ya lo dijo Valerio Máximo: “Se descubrió que un hombre había planeado incendiar el templo de Diana en Éfeso, de tal modo que por la destrucción del más bello de los edificios, su nombre sería conocido en el mundo entero".
Pero los efesios, que sabían de la obsesión de ese tarado por conseguir fama, hicieron lo posible para que nunca fuera recordado. A la vista está que no lo consiguieron. Su nombre nos ha llegado gracias al historiador Estrabón que se propuso ser de lo más riguroso en sus datos y por eso Eróstrato consiguió lo que quería: pasar a la posteridad como un cretino pirómano.
Esta historia tiene un curioso epílogo: veinte años después Alejandro Magno ocupa la ciudad de Éfeso tras vencer a los persas y reside en ella por un tiempo. Es entonces cuando se entera de la historia del templo de Artemisa y descubre que había sido destruido la misma noche en la que él había nacido en Pella: el 20 de julio del año 356 a. C. Fue esta “casualidad” la que le impulsó a ofrecerse a los efesios para reconstruir su templo, algo que no aceptan del todo para no desvirtuar la esencia de un templo que únicamente debía estar dedicado a la memoria de Artemisa y no de Alejandro. Para no quedar mal con él, los efesios le contestan: "No convendría a una deidad como la vuestra construir un templo para otra deidad". La frase funcionó y el rey de Macedonia se mantuvo al margen, aunque aportando grandes sumas de dinero. Una vez terminado, el nuevo templo (que hace el número tres en nuestra cuenta) contó al menos con un retrato del propio Alejandro, pintado por Apeles, el más famoso pintor griego.
Ruinas romanas de Éfeso
En el año 190 a. C. la ciudad pasa a depender del imperio romano y es a partir de la época de Augusto cuando se construyen la mayor parte de los grandes edificios que un turista observa hoy en día. Así siguieron las cosas hasta que en el año 263 de nuestra era llegan varias hordas de godos que no compartían los gustos estéticos de los griegos y los romanos y mucho menos sus creencias religiosas. El historiador latino Jordanes lo contó de esta manera tan lacónica:
Respa, Veduc y Thuruar, líderes de los godos, embarcaron y navegaron a través del Helesponto hacia Asia. Allí arrasaron varias populosas ciudades y prendieron fuego al renovado templo de Diana en Éfeso.
Esa barbaridad supuso un punto final al esplendor de un templo al que sólo le hicieron sombra otras seis maravillas del mundo, todas ellas con un mismo y trágico destino: su destrucción. Menos una. Las pirámides de Egipto desafían las invasiones, la climatología y al mismísimo tiempo.
Una solitaria columna romana, al fondo de ve San Juan
¿La Casa de la Virgen es la casa de la Virgen?
Otro de los atractivos de ir a Éfeso es visitar la llamada Casa de la Virgen. Dice la leyenda que llegó por estos pagos en el año 37 y permaneció en la localidad ocho años hasta que murió. ¿Murió? Teológicamente habría que hablar más bien de una Ascensión, Tránsito, Asunción o Dormición, que de todas estas maneras se puede llamar a la no muerte de María con la ayuda de unos cuantos angelitos que la suben al cielo. No hay unanimidad sobre el año en que falleció. Baronio, en sus Anales, se apoya en un pasaje del Chronicon de Eusebio para asumir que María murió en el año 48. Da igual la fecha. Lo importante es que existe una sólida tradición que ubica a la Virgen en Éfeso los últimos años de su vida.
La casa de la Virgen
El problema radica en que la hipótesis más oficialista y vaticanista ubica esta última casa en el Valle de Cedrón, cerca de Jerusalén, conocida también como Iglesia de la Asunción, cuyos orígenes se remontarían al período bizantino (siglo V) y de esa época sería la cripta excavada en la roca viva, que es el elemento de mayor relevancia turística y religiosa. El interior del templo custodia las tumbas de los padres de María, Ana y Joaquín (nombres que sólo aparecen, para que veáis como son las cosas, en un evangelio apócrifo) y de su esposo José. Durante los seis primeros siglos nada se supo sobre la tumba de María en Jerusalén. Con el paso de los siglos, la actual iglesia ha sido compartida, como si fuera una jugosa tarta, por los griegos, armenios, sirios, coptos y musulmanes, ¿musulmanes? Sí, también ellos, debido a que el profeta Mahoma en su “viaje nocturno” que le llevó en un instante de La Meca a Jerusalén, visualizó una luz sobre la tumba de la Virgen María.
En cambio, la otra casa, la de Éfeso, permaneció en el olvido. Los llamados Lugares Santos ubicados en Tierra Santa (Jerusalén y alrededores), gracias a los beneficios que reportaban los primeros turistas religiosos, se mantenían y engrandecían. En cambio, los de Anatolia no tenían la misma suerte. El Templo de Artemisa se hizo añicos por culpa de guerras, terremotos y de la ayuda inestimable de los godos en el siglo III d. C. Sus piedras y columnas sirvieron para construir la basílica de San Juan y otros edificios de Éfeso. Si eso ocurrió con el Artemisión, imaginaos lo que pasaría con una humilde casita construida en lo alto de una colina con fama de santa. Lo que sí se conservó fue la memoria de que en ese lugar se hacían ritos de fertilidad ayudados por el agua de un manantial a la que atribuían propiedades salutíferas.
Hasta finales del siglo XIX nadie ponía en duda que la mansión en la que la Virgen muere estaba en Jerusalén y hasta allí iban los devotos peregrinos que querían rezar o besar las piedras del lugar histórico en el que María pasó sus últimos años. Hasta que surge una monja que dice otra cosa…
El lugar fue revelado
En la ciudad alemana de Dülmen, Ana Catalina Emmerick afirma saber la ubicación exacta de esa casa. Y no señala precisamente a Jerusalén sino al oeste de la actual Turquía. Emmerick nunca salió de su convento agustino en Agnetemberg, en la localidad de Dülmen, y era célebre por sus éxtasis, visiones y estigmas. Recibió unas cuantas revelaciones de Cristo y de la Virgen en las que le indicaban aspectos desconocidos de sus vidas. En el caso de la Virgen, del lugar donde se fue a vivir con San Juan tras la crucifixión de su Hijo. Esas revelaciones las recibe una Semana Santa de 1822, lo escribe todo en su Diario y muere tres años después considerada como una mujer santa, aunque hasta el año 2004 no es declarada beata. Todas esas anotaciones no cayeron en saco roto. Daba datos tan precisos a nivel geográfico que un sacerdote jesuita francés, el padre Gouyet, en el año 1880 se propuso buscar y encontrar la casa de la Virgen. Viajó hasta Éfeso con un equipo de excavación y fijó su “centro de operaciones” a unos nueve kilómetros al norte de Éfeso, en lo alto de una colina llamada Bülbül, de 400 metros de altura.
A las pocas semanas confirmó que la información revelada por la monja alemana marcaba perfectamente el lugar en el que se encuentra la capilla de Panaya Kapulu, que en turco significa “Puerta de la Virgen”. El padre Gouyet se basó, entre otras descripciones, en este párrafo:
Después de la Ascensión de Nuestro Señor Jesucristo, María vivió tres años en Jerusalén, tres en Betania, y, al final, nueve en Éfeso. No estrictamente en la ciudad: Su casa estaba situada a tres leguas y media de allí, sobre una montaña que se ve a la izquierda viniendo de Jerusalén, y que asciende con una leve pendiente hacia la ciudad. Desde allí se ve Éfeso a un lado y el mar a otro (…) En medio se ven hileras de árboles magníficos, después estrechos senderos conducen sobre la montaña, cubierta de un verdor agreste. La cumbre presenta una planicie ondulada y fértil de una media legua de circunferencia: es ahí donde se estableció la Santa Virgen.
Emmerick relata que María pasó tres años en Jerusalén luego de la Ascensión de Su Hijo, con lo cual no se opone a la teoría de que también haya una "Casa de María" en Jerusalén, sólo que no sería su postrero domicilio. Y en otra de las descripciones, la visionaria alemana comenta que:
Antes de conducir a la santa Virgen a Éfeso, Juan había hecho construir para ella una casa en ese lugar, donde ya muchas santas mujeres y varias familias cristianas se habían establecido, antes incluso de que la gran persecución estallara. Permanecían en tiendas o en grutas, hechas habitables con la ayuda de algunos entablados. Como se habían utilizado las grutas y otros emplazamientos tal y como la naturaleza los ofrecía, sus habitaciones estaban aisladas, y a menudo alejadas un cuarto de legua unas de otras. Tras la casa de María, la única que era de piedra, la montaña no ofrecía hasta la cumbre más que una masa de rocas desde donde se veía, más allá de las copas de los árboles, la villa de Efeso y el mar con sus numerosas islas (...) La casa de María era cuadrada, solamente la parte posterior estaba redondeada; las ventanas estaban situadas en lo alto de las paredes y el tejado era plano. Estaba dividida en dos partes por el hogar, situado en el centro...
Según Emmerick, la Virgen preparaba las comidas en la cocina de fuego que estaba en el centro del cuarto y que muy cerca había una fuente de agua en el monte de Pion, donde los cristianos de la región solían celebrar cada año la fiesta de la Virgen. Las excavaciones encontraron los restos de los cimientos de una casa, así como algunos pedazos de carbón. Los análisis científicos llevados a cabo con el carbono 14 revelaron que aquellas huellas databan del siglo I y del IV d. C.
Lo que se ve actualmente, aparte de los cimientos del siglo I, es una reconstrucción de la casa efectuada en el siglo VII, con modificaciones posteriores, siendo la última de 1951.
Además de estas revelaciones marianas y celestiales existen, al menos, otras dos pruebas para determinar que la Virgen pudo haber estado en Efeso. La primera es la basílica de San Juan Evangelista, muy cerca donde estuvo ubicado el templo de Artemisa, construida por el emperador Justiniano en el siglo VI sobre la supuesta tumba del santo. Y la segunda es que en el año 431 d. C. se convoca el tercer concilio ecuménico para aceptar que la virgen María es Theotokos, la Madre del Dios, y de esta manera condenar a Nestorio como hereje. En dicho Concilio se redacta un texto en el cual se señala que en Éfeso existía una iglesia dedicada a la Virgen en aquella época.
Tras el descubrimiento arqueológico por parte del padre Gouyet, Panaya Kapulu fue posesión de los Lazaristas en 1892 y monseñor Andre Timoni, arzobispo de Esmirna, junto con una comisión de eclesiásticos y seglares, convencidos de la veracidad de los hechos, le otorgó la categoría de Lugar Santo. Un gesto que quedó respaldado en 1896 cuando el Papa León XIII visitó el lugar, algo que ha servido para que cada año visiten la casa unas cuatrocientas mil personas, entre ellas muchos musulmanes que consideran a María la madre del profeta Jesús.
Las cintas de los deseos
Como ocurre con cualquier creencia religiosa arraigada en el pueblo, al final acaba teniendo ribetes supersticiosos y no tanto por el agua que brota en los alrededores de la casa de Éfeso, a la que se considera terapéutica, sino a la costumbre de escribir un deseo en un papel, en una cinta o en un pañuelo y luego anudarlo en el árbol que crece al lado de la Casa de la Virgen. La creencia afirma que cuando el papel o la cinta cae al suelo por sí sola, el deseo queda cumplido. Al final las ramas del árbol estaban tan adornadas con estas cintas que la Iglesia decidió no erradicar esta costumbre sino cambiarla de lugar, así que se empezaron a poner los papelitos en la reja que circunda la Capilla y de nuevo pasó lo mismo, el peregrino que se acercaba por esos parajes para rezar ante la Virgen veía más los papeles de los deseos que la propia Capilla. Actualmente se ha vuelto a cambiar de ubicación. Ahora hay que ir a la tapia situada en el sendero descendente donde se encuentra la fuente sagrada con tres caños de cuya agua bebe el devoto con fe y esperanza, siempre que no se tenga aprensión a las avispas que pululan a sus anchas, sobre todo en verano, por las inmediaciones de esos grifos.
Cintas de los deseos
La pared o tapia es un monumento a la religiosidad popular, un hervidero de papeles blancos y de colores, cada uno de los cuales conteniendo un anhelo o un deseo. Me recordó un poco al Muro de las Lamentaciones, en Jerusalén, donde los judíos insertan sus papelitos entre las rendijas de los bloques de piedras cargados de súplicas y plegarias para que lleguen más rápidamente al cielo al ser considerado el Muro, al igual que la Casa de la Virgen, como lugar sagrado donde todo lo que toque o se pida ante él también adquiere sacralidad.
Donde sí que encontré el “árbol de los deseos” en su más pura esencia, con todas sus ramas adornadas con estos papelitos, fue en las inmediaciones de la mágica Cueva de los Siete Durmientes, también en Efeso.
La Mística Ciudad de Dios
Las revelaciones de Emmerick obtenidas por hilo directo de la Virgen no son las primeras ni las únicas que han sido trasmitidas por Ella misma a una religiosa. Antes hizo algo parecido a una monja soriana del siglo XVII llamada sor María Jesús de Ágreda, de la orden concepcionista franciscana, que tampoco salió de su convento a pesar de sus numerosas bilocaciones a Nuevo México y Arizona. Son revelaciones muy parecidas a las de Emmerick aunque no coincidentes y a veces contradictorias. En la información recibida por sor María Jesús de Agreda, la Virgen reside un tiempo en Jerusalén después de la ascensión de su hijo Jesús y luego se va a Éfeso acompañada de San Juan aunque aquí no tiene lugar su tránsito a los cielos.
Según confiesa sor María Jesús, es la propia Virgen María quien le "dicta" la Mística Ciudad de Dios, una obra con un contenido tan heterogéneo que, a la postre, ha significado su descalabro hacia el santoral católico quedándose tan sólo en simple Venerable.
En el capítulo I del Libro VIII detalla en qué dos posadas van a vivir durante su permanencia en Éfeso tanto San Juan como la virgen María una vez que han salido de Jerusalén, tras recorrer unos mil kilómetros de distancia:
En Efeso vivían algunos fieles que desde Jerusalén y Palestina habían venido. Eran pocos; pero en sabiendo la llegada de la Madre de Cristo nuestro Salvador, fueron a visitarla y a ofrecerla sus posadas y haciendas para su servicio. Pero la gran Reina de las virtudes, que ni buscaba ostentación ni comodidades temporales, eligió para su morada la casa de unas mujeres recogidas, retiradas y no ricas, que vivían solas sin compañía de varones. Ellas se la ofrecieron por disposición del Señor con caridad y benevolencia, y reconociendo su habitación, interviniendo en todo los ángeles, señalaron un aposento muy retirado para la Reina y otro para san Juan. Y en esta posada vivieron mientras estuvieron en aquella ciudad de Efeso.
Pero la Virgen no se queda en Éfeso el resto de su vida. Aquí difiere con el relato de Emmerick porque regresa a Jerusalén para pasar los tres últimos años de su vida en la casa donde tuvo lugar el cenáculo, es decir, la Ultima Cena y allí le comunican el tránsito que va a tener. Cuando llega el día, que no es el 15 de agosto como ha proclamado la Iglesia, lo hace rodeada de los apóstoles de Jesús. Tiene en ese momento 70 años de edad. Lo dice en el Capítulo 19:
El sagrado cuerpo de María santísima, que había sido templo y sagrario de Dios vivo, quedó lleno de luz y resplandor y despidiendo de sí tan admirable y nueva fragancia que todos los circunstantes eran llenos de suavidad interior y exterior… Los apóstoles y discípulos, entre lágrimas de dolor y júbilo de las maravillas que veían, quedaron como absortos por algún espacio y luego cantaron muchos himnos y salmos en obsequio de María santísima ya difunta. Sucedió este glorioso tránsito de la gran Reina del mundo, viernes a las tres de la tarde, a la misma hora que el de su Hijo santísimo, a trece días del mes de agosto y a los setenta años de su edad, menos los veintiséis días que hay de trece de agosto en que murió hasta ocho de septiembre en que nació y cumpliera los setenta años.
Y luego la monja de Ágreda nos da unos valiosos datos cronológicos muy útiles para teólogos e historiadores que crean en la ciencia infusa:
Después de la muerte de Cristo nuestro Salvador, sobrevivió la divina Madre en el mundo veinte y un años, cuatro meses y diez y nueve días; y de su virgíneo parto, eran el año de cincuenta y cinco. El cómputo se hará fácilmente de esta manera: Cuando nació Cristo nuestro Salvador tenía su Madre Virgen quince años, tres meses y diez y siete días. Vivió el Señor treinta y tres años y tres meses, de manera que al tiempo de su sagrada pasión estaba María santísima en cuarenta y ocho años, seis meses y diez y siete días; añadiendo a éstos otro veinte, y un años, cuatro meses y diez y nueve días, hacen los setenta años menos veinte y cinco o seis días.
Y sor María Jesús de Ágreda específica qué pasó luego de su cuerpo:
Lo que ascendió fue su alma y su cuerpo quedó en el lugar así que enterraron su cuerpo… Señaláronle en el valle de Josafat un sepulcro nuevo, que allí estaba prevenido misteriosamente por la providencia de su santísimo Hijo. Y acordándose los apóstoles que el cuerpo deificado del mismo Señor había sido ungido con ungüentos preciosos y aromáticos, conforme a la costumbre de los judíos, para darle sepultura, envolviéndole en la santa sábana y sudario, parecióles que se hiciera lo mismo con el virginal cuerpo de su beatísima Madre y no pensaron entonces otra cosa.
Recapitulando: ¿su cuerpo fue enterrado en un cementerio hoy convertido en templo o ascendió a los cielos? Para rematar la faena y poner fin a la polémica teológica sobre la posible muerte y ascensión de la Virgen, el Papa Pío XII el 1 de noviembre de 1950 impuso el siguiente dogma a todos los católicos:
… por nuestra autoridad afirmamos, declaramos y definimos como un dogma divinamente revelado que: la Inmaculada Madre de Dios, María siempre virgen, terminada su vida terrestre fue elevada en cuerpo y alma a la gloria celeste. Por lo que si alguien, lo cual a Dios no le agradaría, pusiera voluntariamente en duda lo que ha sido definido por nosotros, que sepa que ha abandonado totalmente la fe divina y católica.
¿Una nueva revelación? Algo así debió tener Pío XII para afirmar algo de esta envergadura con tal rotundidad y encima con amenaza incluida. Muy claras las ideas no las debía tener la Iglesia en esta cuestión para que el dogma no se establezca hasta mediados del siglo XX. Si la Virgen efectivamente fue elevada a los cielos en cuerpo y alma, una de las consecuencias inmediatas que podemos extraer es que se ha cargado de un plumazo las ilusiones de los arqueólogos por encontrar algún día el esqueleto, la momia o los pocos restos óseos que queden de la madre de Jesús.
La tumba de la Virgen en Pakistán
Si ya nos parecen demasiadas dos casas-tumbas asociadas a la última morada de la Virgen, la de Jerusalén y la de Éfeso, hay una tercera para asombro y desesperación de los eruditos. Bien es verdad que esta última cosecha menos votos para ser considerada la auténtica. Me refiero a la que está ubicada en Murree, en la actual Pakistán, cerca de la frontera de Cachemira. Según la teoría de Andreas Faber-Kaiser y otros investigadores, la Virgen habría acompañado a Jesús en su huida a la India, tras haber sobrevivido a la cruz. No aguató tanta penalidad del viaje y murió en el camino, ya muy cerca del punto de destino: Srinagar, en Cachemira. Desde entonces se llamó Murree en memoria de María, la madre de Jesús, hasta el año 1875 y ahora es conocido como Pindi Point. La tumba ha sido reconstruida y la sepultura misma se conoce por el nombre de Mai Mari de Asthan, significando "lugar de descanso de la madre María". De acuerdo con la costumbre judía, la tumba está orientada de Este a Oeste y para muchos creyentes no hay ninguna duda que debajo de esas piedras está el cadáver de María ignorando los pobrecillos que ya lo ha dejado bien claro el dogma de Pío XII.